Hoy los dioses han dado una vuelta
más a mi reloj de arena, y van sesenta y una.
A partir de hoy, sexagenario,
parece que debas contemplar la vida de otra manera, con más seriedad, con más
serenidad, pero eres el mismo y lo ves todo igual, no tienes más defectos que
antes pero tampoco menos, y virtudes, pues igual…, al fin y al cabo la virtud
no es más que un defecto defectuoso por lo tanto tampoco tienes ni más ni
menos.
Te miras al espejo y encuentras
al mismo de ayer, con sus arrugas, sus canas y la fatiga surcando el rostro,
arañando profundamente la carne, empequeñeciendo los ojos enmarcados por ojeras;
son las huellas del tiempo que van dejando rastros evidentes en nosotros,
porque los años no estoy seguro de que nos hagan más sabios pero es evidente
que nos hacen más viejos.
Compruebas tu coraza,
percatándote de que aún está firme en su sitio, aunque empieza a flaquear, a
perder grosor y hacerse más frágil en algunos sitios, a resquebrajarse
ligeramente, tu espada ya no brilla mostrando las mellas de las batallas
libradas y las orgullosas plumas del casco han perdido gran parte de su color,
de su firmeza y cuelgan algo flácidas a los lados. Pero el conjunto continúa
siendo aceptable, presentable: un viejo guerrero dispuesto para el combate.
Miras a tu lado y confirmas que
el pilar que da razón a tu lucha está ahí, siempre está ahí, junto a ti, bajo
de ti, sobre ti, dentro de ti: tu compañera, Lali. Un corazón que late al mismo
ritmo que el tuyo, una verdad que es vida y es tu vida y te da vida. Sientes
que nada tendría sentido si ella no estuviera, enfadándose, riéndose, soñando,
caminando contigo, otorgándote la luz de su mirada, el calor de su palabra, el
aliento de su beso enamorado, la energía contenida en sus caricias. Cada día,
cada noche, cada momento de tu vida es suyo, es para ella, es con ella. Y no te
importa tener sesenta y uno o dos mil uno, si los vives con ella, a su lado y
la amas y te ama.
Imposible en este día no echar
la mirada hacia atrás, al pasado, que fue ayer y fue hace más de sesenta años y
fue hace un segundo, pues todo se convierte en pasado en cuanto acabas de
escribir una palabra más en el libro de tu vida.
Piensas en todo lo que has vivido
hasta ahora y en todo lo que cambiarías, aunque en el fondo eres consciente de
que nada puedes ni debes cambiar, pues de lo vivido eres consecuencia y también
eres consciente de que, a pesar de todo, si volvieras a vivirlo actuarías igual;
bueno o malo, acertado o desacertado en lo hecho, eres aquello que has forjado
y cualquier cambio en lo vivido también cambiaría lo que eres ahora. Lo mejor
es recordar y conceder que los errores y aciertos te han curtido, moldeado, formado, dándote un carácter propio, una idiosincrasia, llevándote a sentir, estar y actuar como hoy lo haces. Todo es
inmutable porque el pasado es inamovible. No por conformismo, sino por
convencimiento, sonríes ante los recuerdos y pasas página, vuelves la cabeza
otra vez al frente y caminas, con los años que ahora tienes, dándole la mano a
lo que has sido, a lo que eres y a lo que serás.
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