domingo, 25 de enero de 2015

OCÉANO



Me encontré entonces, en medio de aquel océano, agitado sin piedad por las turbulentas y oscuras aguas que en la noche me abrazaban con brutales empujones, sumergiendo mi cabeza en su negrura para robarme el poco oxígeno que mis pulmones conservaban.
Desesperado braceaba intentando mantenerme a flote, angustiado al saberme solo en aquella inmensidad, luchando a brazo partido con la tormentosa furia de los elementos desatados a mí alrededor. Nada a que asirme, sólo las gélidas aguas que acogían cada movimiento de mis brazos como si una pléyade de invisibles sirenas los quisieran retener en su densidad, tirando de mí hacia el fondo. Mis pensamientos comenzaron a viajar hacia el pasado, recordando cosas vividas, cosas hermosas, motivos que me dieran fuerzas para resistir los embates de la tormenta, recuerdos que me mantuvieran a flote unas horas más, unos minutos, ansiando que con ello pudiera calmar aquella terrible situación súbitamente, que yo pudiese superar y sobrevivir a tan asfixiante pelea con aquel mar inmenso y abrumador en sus mortales intenciones.
De repente, una luz ínfima, titubeante, surgió entre las brumas, lejana pero cercana a la vez. Una luz que fue lentamente ganando en intensidad y cuyo resplandor pareció ir sosegando mi alma, a la vez que la furia de las aguas. Una luz a la que intuí acompañaba una cálida voz que también se fue haciendo cada vez más nítida, más presente.
La luz me envolvió, la voz me acunó, hasta que, con una caricia en mi rostro llegaron hasta mí consiguiendo devolver la placidez a aquel océano y sacarme de sus aguas, una vez más.
-Cálmate mi amor, cálmate –me decía mi amada vuelta hacia mí en la cama, besándome dulcemente en la mejilla y acariciando mis cabellos-, despierta y olvida tu pesadilla que yo estoy a tu lado.

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