sábado, 3 de enero de 2015

FRAGMENTO DE MI NOVELA "EL TRONO DE OBSIDIANA"




 ...//...
     Y cuando el sol escondió sus últimas luces tras las montañas, se encendieron las fogatas que abrirían el camino a aquéllos que participaban en el rito de iniciación. Y la inmensa y sagrada pira en el centro del poblado donde tendría lugar la ceremonia.
     Se escucharon primero los largos y profundos sonidos de los ébunnus, como un lamento, cada uno con su peculiar gravedad. Aquellos largos tubos, hechos con el grueso tallo central de ciertas plantas salvajes de grandes y carnosas hojas espinadas conocidas como ebú, propias de las zonas más áridas, reposaban sobre pequeñas tarimas de madera mientras los ébunnais hacían vibrar sus labios en su extremo con fuerza produciendo esa oscura voz que semeja proceder de lo más profundo de la tierra.
     Y a su llamada, que daba comienzo a los ritos y la fiesta con la que arrancaba la  gebhet-nesohé, fueron acudiendo poco a poco todos los habitantes de Mahzheg.

     Iniciando la procesión marchaba la shei-Uwané, la sacerdotisa de la aldea, portando un báculo rematado en su extremo por el símbolo del dios Anú, la plateada estrella de cuatro puntas dentro de un círculo amarillo con el ojo del dios que todo lo ve, la acompañaba del shú-Togma, el chamán, y tras ellos caminaban sus discípulos pintado con cenizas su rostro como símbolo de su ignorancia. Seguían los músicos haciendo sonar las silimas, arrancando sinuosas y gozosas notas de aquellas peculiares flautas de cinco caños, y los tanucs de diferentes tamaños y tonos llevando el ritmo con su golpeteo. A continuación el grupo de guerreros danzantes, armados con cortos venablos y pequeños escudos redondos que golpeaban con el arma mientras pateaban el suelo, produciendo un alegre tintineo con los cascabeles que ceñían sus tobillos; algunos de ellos cubrían su cabeza con una representación de animales, desde ciervos hasta osos, cuya simbología tenía importante función dentro  de las danzas que se realizarían a lo largo de la noche.
   Detrás de ellos iba el shú-Velhú, el conservador de la memoria, acompañado de su discípulo y precediendo a los portadores de las ofrendas para los dioses y los regalos para los aspirantes.
     Cerraban la procesión el resto de habitantes de la aldea, algunos con antorchas que luego arrojarían a las hogueras,  siguiendo con palmas y silbos los ritmos que producían los músicos.
     Llegada la totalidad de la comitiva hasta la plaza y situados formando un gran círculo alrededor de la enorme fogata callaron las músicas y los sones y el silencio se hizo dueño de la noche, escuchándose sólo el crepitar de los troncos en el fuego. Se adelantó la shei-Uwané y pronunció las palabras rituales de inicio tras lo cual, sin que se quebrara el silencio, avanzaron los portadores de las ofrendas dividiéndose en tres grupos y, a una indicación de la shei-Uwané, lanzaron cuanto llevaban a la hoguera para que fuera consumido por el fuego purificador y, convertido en humo, se elevara hasta los dioses que contemplaban la ceremonia desde las alturas.
     Sonaron de nuevo los ébunnus por tres veces y a una indicación de la shei-Uwané se abrió un pasillo entre los asistentes para dar entrada a los aspirantes, momento éste en que retornaron los sones de los músicos y los gritos y cánticos de los danzantes que llenaron de nuevo la noche con su rítmico sonido. Marchaban los jóvenes aspirantes acompañados por aquél que debería presentarlos durante la ceremonia.
     A Nekai, la muchacha, la guarecía su padre Seitrén, el herrero de la aldea, conocido por su bravura en la lucha y por su fuerza descomunal. El arma que había elegido y que portaba su progenitor era una maza forjada por éste, que contrastaba grandemente con el aspecto de la joven, aparentemente frágil.
     A Herdiok, el gigantón, le acompañaba su orgulloso padre Treniok, al que superaba el joven en altura poco más de un palmo, y que sujetaba con firmeza el hacha de doble filo preferida por su hijo, la misma que tres generaciones de su familia había portado con honor y valentía.
     El último en entrar fue Neguré, con el semblante serio y concentrado, caminando con paso firme junto a su hermano Loreión, que asía en su mano derecha la lanza por la que había optado el chico.

...//...

No hay comentarios:

Publicar un comentario