viernes, 19 de diciembre de 2014

AL LLEGAR LA NOCHE




  - ¡Bicho gafoso de mierda!
  - ¡Excremento patizambo de dragón!
  - ¡Viejo enano barrigudo y feo!

  - ¡¡¡Silencio!!! –exigió la niña harta de oír sus insultos, sin elevar demasiado la voz para que no la oyera su padre,– ¡Volved al armario y dejadme dormir en paz!

  Cuando desaparecieron rezongando los monstruos, esos que la visitaban cada noche en el momento en que su padre cerraba la puerta y apagaba la luz de su habitación, la pequeña se cubrió con la sabana y apretó fuertemente los párpados para traer la brillante oscuridad colmada de puntitos de luz a sus ojos, al tiempo que pronunciaba las palabras mágicas para transformarse, una vez más, en una minúscula luminaria y poder viajar así hasta las estrellas.
  Dejó su cuerpo dormido en la cama, cubierto hasta la cabeza para que ningún bicho malencarado de los que se esconden en los rincones, en los armarios y debajo de las camas, la descubriera y la hiciera volver de nuevo para espantarlo.
   Y, a caballo de una mágica libélula, voló hacia el firmamento estrellado para reencontrarse, allá en el cielo, con su mamá, que la recibiría con los brazos abiertos para darle un tierno beso y arrullarla con una dulce nana entre nubes de algodón, como le prometió que haría cada vez que ella la necesitara.

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