Nos
educan para estar muertos,
para
sentirnos muertos por fuera y por dentro.
Nos
entrenan para estar muertos.
Siguiendo
las sabias instrucciones de quienes velan por nuestro bienestar:
Caminamos
como muertos,
hablamos
como muertos,
pensamos
como muertos,
hacemos
el amor como muertos,
sentimos
como muertos…
Por
eso,
el
día que uno de nosotros se rebeló,
el
día que decidió que estaba vivo,
que
quería caminar como un vivo,
hablar
como un vivo
pensar
como un vivo
hacer
el amor como un vivo
sentir
como un vivo.
El
día que uno de nosotros abrió sus ojos
y
se negó a seguir las sabias instrucciones de quienes velan por nuestro
bienestar,
el
día que quiso explicarnos que no estamos muertos…
Tapamos
nuestros oídos,
cerramos
nuestros ojos,
chirriaron
nuestros dientes,
se
convulsionó nuestro muerto corazón.
Y,
siguiendo
las sabias instrucciones de quienes velan por nuestro bienestar,
preferimos
destruirlo antes que escucharlo
y
perpetuarnos así, encerrados en nuestra existencia inane,
vacíos,
insensibles,
estériles,
obedientes,
muertos…
JF. 21.10.2013
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