Sonó irritante el teléfono por tercera vez
aquella mañana en el despacho del Gobernador. Al otro lado del aparato el
Prefecto Regional habló con voz aflautada y metálica.
-Señor, ha vuelo a suceder. Hoy se han
desconectado veintitrés más y algunos incluso han destruido los receptores de
imagen.
-¡Malditos insumisos! –bramó airado el Gobernador-.
Se propagan como un virus.
-Sí, señor. Los afectados han sido detenidos,
a la espera de su mandamiento para ser llevados, como siempre, al Jardín Taxonómico
para su oportuna reconversión en adaptados ciudadanos.
-Perfecto. Envíeme el informe cuanto antes
para proceder – conluyó con firmeza el mandatario.
-A sus órdenes, señor – acató servil el Prefecto.
Tras colgar el auricular, golpeó furioso la
mesa con su puño. Pasó su pañuelo por la sudorosa calva, secando las gotas que
la perlaban, y retomó su tarea.
Una tras otra fue abriendo carpetas y
firmando los impresos de “Procedimiento Urgente para Internados en el Jardín Taxonómico”.
De una manera o de otra, pronto acabaría con
aquella pesadilla de los rebeldes insumisos.
Lobotomía, lobotomía, lobotomía…
JF.
18/10/15
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