Javier nunca pasaba
por aquella calle, no era su camino habitual, pero quiso el destino que a causa
de unas obras lo desviaran por allí.
Escuchó dos detonaciones cercanas y una
mujer se detuvo ante su coche dándole el alto con la mano, mientras le apuntaba
con una pistola. Frenó en seco.
Su corazón se lanzó a una loca carrera,
algo que ya le había advertido el cardiólogo que era peligroso para su estado.
La mujer y otro hombre, que apareció
inesperadamente, se introdujeron en su vehiculo.
-¡Acelera! – le apremiaron al unísono
cerrando las puertas del coche.
No pudo. Era como una estatua, estaba
agarrotado. Su corazón galopaba sin freno y una mano de hierro se agarraba a su
garganta tirando con fuerza hacia abajo, ahogándolo
Por el rabillo del ojo podía ver el cuerpo
de aquel al que habían asesinado sobre el pavimento, manchando de sangre el
gris del asfalto; y junto a él una niña arrodillada, en silencio, con la mirada
perdida, balanceándose, sujetando la mano sin vida del hombre…
-¡Acelera, o te vuelo la cabeza a ti
también, cabrón! – le gritó ella empujándole la nuca con el cañón de su arma.
Notó el calor del metal recién disparado
quemando su piel.
No podía moverse.
Hasta qué su corazón quedó quieto, con un
profundo y doloroso aguijonazo.
No oyó los siguientes gritos, ni sintió como lo sacaban del coche tirando de
él.
Cuando sonó el disparo y la vida
estalló en su cabeza, Javier ya no estaba allí.
JF. 15.10.14
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