domingo, 8 de febrero de 2015

EL ARBOL DEL DEMONIO



    Habla la tradición oral que hubo una vez un rico comerciante que, por su mala cabeza, erró en el rumbo de su vida caminando por sendas de mal final, que lo llevaron a malgastar su fortuna en licenciosas y lujuriosas fiestas, además de aficionarse a juegos de fortuna en los que perdió grandes sumas, ello unido a una terrible racha en sus negocios, lo llevó a la ruina más total quedándole al final tan solo una vieja casona en medio del campo que fuera de sus padres y donde solo había un vetusto algarrobo, pues ni animales le quedaron que se los zampó todos acuciado por el hambre.
    Lloraba el arruinado una tarde apoyado en la rugosa piel del algarrobo, teniendo en su mano una soga y estando dispuesto a hacer una barbaridad. Se lamentaba de su mala cabeza y pedía a Dios y a todos los santos conocidos que le ayudaran a salir de su situación. Tal era su desespero que llegó a pronunciar la siguiente frase:
    -¡Mi alma daría por volver a ser rico!
    Exclamación esta que oyó el demonio que, como es sabido, atento está a cualquier ocasión para hacer valer su maldad y ganar almas a las que hacer sufrir eternamente entre las llamas del infierno. De inmediato se personó con una súbita llamarada ante el desesperado comerciante que asustado cayó hacia atrás quedando sentado en el pedregoso suelo.
    -¡Escuché tu ofrecimiento y vengo a dar solución a tus problemas! – le dijo el diabólico ser con su sonrisa más encantadora.
    Después de reponerse de la sorpresa, escuchó con atención el hombre la propuesta que le hizo el diablo, asintiendo con la cabeza vehementemente cuando éste le preguntó si quería recuperar sus riquezas y su fortuna.
    -Tu alma me darás dentro de diez años a cambio de que te conceda lo que deseas. – confirmó el demonio.
    -Solo una condición os pondré –intervino algo temeroso el comerciante-. Firmaré con mi sangre el acuerdo y vuestra será mi alma cuando no quede ni un solo fruto en el algarrobo bajo el que ahora estamos ni en el suelo.
    -¡Hecho! – afirmo con deleite Lucifer.
    Y haciendo aparecer un pergamino en el aire, tocó con su uña el brazo del hombre haciéndolo sangrar, ofreciéndole a continuación una dorada pluma mojada en dicha sangre para que firmara el acuerdo.
    Tembloroso pero decidido firmó el documento comprometedor el arruinado personaje. Tras de lo cual y de la misma manera que había aparecido desapareció el demonio en medio de una humeante y azufrosa nube.
    Entró corriendo el comerciante en la humilde casa, que era todo cuanto poseía hasta aquel momento, encontrándola repleta de tinajas y cofres rebosantes de monedas de oro y hermosas piedras preciosas.
    Gastó y gastó nuevamente a manos llenas, volviendo a su licencioso proceder y a jugar sin freno, viéndose siempre agraciado por la fortuna que lo hacía cada vez más rico. Reinició sus negocios que, esta vez sí, se vieron favorecidos por los mejores resultados, incrementando sin límite sus beneficios.
    Pero un día, pasados los diez años convenidos y siendo tiempo de cosechar, se le apareció de nuevo el diablo, revestido con su más roja vestimenta y luciendo unos descomunales y retorcidos cuernos, para reclamarle que hora era de cumplir lo estipulado y entregarle su alma.
   -Hora es de que me entreguéis lo pactado, pues cosechadas han sido las algarrobas y ninguna queda en el árbol.
    -Vayamos a comprobarlo – dijo el astuto comerciante.
    Y hasta la vieja casona fueron y junto al algarrobo se detuvieron.
    -Bien –dijo Lucifer- aquí estamos y ninguna algarroba hay, ni en la tierra ni en las ramas. Es más, si encontráis alguna, una sola, os liberaré de vuestro compromiso y nuestro pacto será nulo – apostilló riendo.
    Miró con detenimiento el comerciante el algarrobo y, señalando una rama próxima le dijo al encarnado personaje.
    -Ved allá arriba. ¿No veis un racimo de verdes algarrobas que empiezan a nacer?
    Observó el lugar que le indicaba el demonio y lanzó un furioso grito, sintiéndose engañado, comenzando a dar saltos que hicieron temblar la tierra al tiempo que tiraba de su larga cornamenta.
    -Sabed, señor demonio, que nunca se queda sin frutos el algarrobo pues cuando es tiempo de recolectar las algarrobas secas ya han comenzado a crecer las nuevas. Cumplid con lo dicho y romped nuestro pacto. Y la próxima vez  mirad bajo que árbol hacéis vuestro acuerdo. – concluyó riendo el comerciante.
    Fulminado por una llama desapareció el pergamino que portaba el diablo en sus manos y marchó éste rabiando de vuelta a sus infernales posesiones, maldiciendo y rezongando.

    Dicen que el comerciante, temeroso de volver a verse en la ruina, abandonó juegos y fiestas y sentó cabeza, casando con una bella muchacha y construyendo junto al algarrobo una hermosa mansión en la que vivieron felices durante muchos años, hasta que, llegado su momento entregó su alma al Creador habiéndosele perdonado sus pecados por su buen proceder a partir del día en que timó al demonio.

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