miércoles, 12 de abril de 2017

AMIRA



   Amira permanecía acurrucada en la yacija mientras las lágrimas se escurrían dulcemente por sus mejillas, acariciando un pequeño cuchillo para descarnar pieles: el único recuerdo que poseía de su padre, su tesoro. Al otro lado de la sucia sábana que colgaba del techo a modo de separación, escuchaba el llanto contenido de su madre mientras el sarnoso cristiano que las había acogido en su pocilga, abusaba sin piedad, una noche más, del todavía joven cuerpo de Mawiya, para acabar gruñendo como un cerdo y quedar dormido sobre ella.
   -¡Yacerás conmigo cuando yo lo desee y no os faltará ni techo, ni lecho, ni comida! –les había dicho el día que atravesaron por primera vez el umbral de su cochambrosa vivienda- ¡Todo tiene un precio y debes pagarlo!
   Pero el precio era alto.

   Amira, una adolescente con apenas trece años, había vivido demasiadas cosas desde que su padre fuera asesinado vilmente en la última revuelta instigada por los enloquecidos clérigos contra los musulmanes y judíos que sobrevivían en Valencia. Vio como lo sacaban a rastras de su taller y lo destripaban ante los atónitos ojos de su madre y de ella misma, luego le cortaron la cabeza y la llevaron como trofeo. A ellas las violaron y las dejaron tiradas en mitad de la polvorienta calle, bañadas en la sangre del asesinado.

   Cuando el silencio reinó en la casa, roto tan sólo por los violentos ronquidos del cerdo cristiano, Amira se incorporó y, lentamente, apartó la astrosa cortina. Su madre dormía, cubriendo su desnudo cuerpo con los restos del sayo roto por el ímpetu sexual del hombre en su exacerbado deseo por poseerla. Él, tumbado sobre la espalda, bufaba con su peludo cuerpo al descubierto.
   Amira hizo lo que venía rumiando desde hacía varios días. Con movimientos firmes, tomó con su pequeña y delicada mano el miembro del cristiano y, de un solo tajo, lo seccionó con el cuchillo de su padre.
   Poco gritó el cerdo desangrándose pues la joven, con gesto certero, lo degolló. Mawiya saltó aterrada de la cama, al tiempo que Amira, apretando los dientes, murmuraba:
   -Todo tiene un precio, cristiano.


JF.  01.02.17

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